Por Lelia Pérez.
El 25 de noviembre recibe distintos nombres, con pequeños matices que hacen grandes diferencias. Mi forma de vivirlo ha sido en la calle, participando de acciones de denuncia y en la marcha que se realiza en el centro de Santiago.
Sin embargo, hoy estoy en otro lugar de acción, aquí en Villa Grimaldi participando en esta iniciativa llamada “Ofrendas fotográficas contra el femicidio”, para recordar y compartir memorias de violencia contra la mujer, pero también sus resistencias, como esta muestra, que porta no sólo imágenes, sino gritos de rebeldía y decisión, o como bien lo define Mane Adaro; “para tensionar, colocar en duda y visibilizar otra realidad que fomenta una violencia hacia las mujeres”.
Comparto dos relatos; El primero cuenta que en enero Minerva y María Teresa Mirabal fueron detenidas junto a sus esposos, además fue apresado el marido de Patria Mirabal. Las prisioneras fueron torturadas, violadas y vejadas en frente de sus familiares. Los hombres condenados a 30 años y a las mujeres se les dejó en libertad. El 25 de noviembre, el Sargento de la Rosa Informó: “Señor, misión cumplida”, con estas palabras se refería al éxito de su misión; secuestrar, torturar y asesinar a Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, junto Rufino de la Cruz, que las acompañaba. El segundo comienza así; “Está lista”, dice el oficial después torturar a una adolescente de 16 años entregarla a un grupo de soldados para que cometan violación en su contra. Mientras eso ocurre, le dicen a los otros prisioneros: “esto le hacemos a sus putas”
El primer hecho descrito ocurre el 25 de noviembre de 1960, en República Dominicana bajo la dictadura de Trujillo. El segundo relato se sitúa el 12 de septiembre de 1973, en Chile, bajo la dictadura de Pinochet. Este es parte de mi propio testimonio en la querella que presenté por violencia sexual, denunciando los crímenes cometidos en mi contra, en Estadio Chile. En 1975, fui apresada nuevamente y traída al centro de tortura, desaparición y exterminio de Villa Grimaldi, posteriormente me trasladan al campo de concentración Tres Álamos. En esta experiencia concentracionaria se cruzaron caminos entre cientos de mujeres.
Todas “abandonadas por las instituciones locales” como lo señala Andrea Herrera en su obra, sin eco sobre las denuncias de violación. Así ocurrió a las mujeres que pasaron por el Centro de Irán con los Plátanos, más conocido como “Venda Sexy”, donde la violación se practicaba con animales (adiestrados por una mujer: Ingrid Olderock).
Soy testigo de la detención, tortura y muerte de Mónica Pacheco, las fotografías de Jocelyne Rodríguez la trae a mi memoria, Mónica estaba embarazada. También me conecta con mi propia historia y la de Cecilia, las dos estábamos embarazadas y las dos fuimos objeto de aborto provocado aquí en Villa Grimaldi. No puedo dejar de comprender lo que nos relata Gabriela Rivera en su creación “la maternidad culposa”, yo sé que fueron los agentes de la DINA los que violentaron mi cuerpo, pero la pena infinita solo se compara con la propia rabia de no haberla cuidado más, es también mi culpa!
Algunas mujeres en Villa Grimaldi, antes que las trasladaran a lugar desconocido, comentaron que la fragancia de las rosas les daba alegría. Pía Acuña muestra rosas adheridas a un cactus, y gráfica de mejor manera lo que puedo contar y sentir en el jardín de las rosas que recuerda a las mujeres asesinadas durante la dictadura chilena aquí en el parque por la paz. También me remite a la rosa solitaria que mi prima de 7 años puso en el ojal de mi abrigo cuando fui secuestrada por la DINA.
El lugar vacío que dejan mis hermanas cuando fueron sacadas de estas celdas y asesinadas o hechas desaparecer, lo sentimos en el espacio, los sonidos y las herencias, como el abrigo que María Teresa Eltit regala antes del traslado a destino desconocido y le dice a Mónica: “úsalo tú, donde yo voy, no lo necesitaré!” La instalación de Kena Lorenzini me habla de ese vacío y me recuerda sus huellas y su caminar.
Las órdenes, la disposición y sentido de propiedad sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas que tenían los militares la reconozco en la obra de Marcela Bruna, sus expresiones como “Te vai a morir cuando yo quiera”, lo dijo Marcelo Moren Brito en uno de los interrogatorios a los que me sometieron. Recuperar esta memoria ha sido un camino sinuoso, duro, pero se ha logrado por la fuerza que otorga la amistad y la construcción de lo cotidiano con quienes compartimos la vida de todo los días. Muy importantes son los momentos en que nos reunimos las ex prisioneras a celebrar un cumpleaños, preparar almuerzo, siempre como excusa para vernos y abrazarnos. Y en medio de la ensalada y la sopa van llegando a la mesa todas las que no están y el postre endulza el recuerdo, pareciera que Macarena Peñaloza retratara estos momentos y los expone en sus fotografías.
Me he referido a la violencia política contra las mujeres como crimen de lesa humanidad, el que es cometido por agentes del estado en comisión de servicio y en su representación. El estado chileno en su doble discurso ha firmado tratados internacionales contra esos crímenes, pero no los ha incluido en las leyes chilenas. Hablamos de violencia específica contra mujeres perpetrada en los centros de detención, como parte de una política impulsada por la dictadura.
Pero, ¿surge esta práctica de un día para otro? La violación comienza con la dictadura?
Sabemos que no es así. La violencia de género es anterior a 1973, a 1960, es más, ni siquiera podemos poner fecha. Actualmente hemos recibido las denuncias de las niñas del movimiento estudiantil, que han sido agredidas sexualmente en comisarías. La cultura patriarcal que sostiene la misoginia permea todos los estamentos sociales, la casa, la escuela, el trabajo, la calle, la iglesia y por supuesto, los centros clandestinos de secuestro y las comisarías.
Mariana Gallardo nos habla de dicotomías entre sobrevivencia y muerte. Dualidad, división. Para la mujer asesinada por su pareja, por quien se comprometió a amarla y respetarla y para Catalina que muere ejecutada en Villa Grimaldi cuál es la diferencia? La jurisprudencia nos otorga caminos distintos, porque los perpetradores, desde su perspectiva, son diferentes. En un caso el asesino es una persona individual, se juzga por el código penal. En la otra situación, el responsable es el Estado, crimen de lesa humanidad. En la intimidad del cuerpo, en el silencio del dolor y del miedo, entre nosotras sabemos que la matriz ideológica, el olor, el grito es el mismo, compartimos la dicotomía de lo dulce y amargo.
Siento una gran emoción al ver en este proyecto fotográfico la obra de Ximena Riffo, que denuncia la violencia a las mujeres lesbianas, personalmente reivindico a todas las que además de estar escondidas por la opción sexual y la censura emanada de “nuestro lado”, también estábamos prisioneras.
Siempre hay deudas, algunas son vergonzosas, como la deuda de las organizaciones de derechos humanos con las mujeres transexuales, dejadas de lado. El aislamiento de ellas es el escenario ideal para que vivan violencia impune. Zaida González nos desafía a repensar esta actitud. Conversando con mis compañeras, nos dimos cuenta, que sin ponernos de acuerdo, en varias oportunidades intentamos convencer a nuestros captores, que éramos inocentes de las acusaciones, y así frenar la tortura y proteger a nuestra organización. Recurrimos a los estereotipos de mujeres, como los que expone Sumiko Muray.
Por ejemplo, Zabrina afirmaba que estaba ahí porque la había convencido su pololo, quienes la conocemos creemos que debió ser totalmente al revés; Hilda Amalia no entendía nada, ella no era política para nada, por supuesto que no mencionó su militancia de años; Soledad sostenía que lo de ella era el folklore, la música, por eso cuando la obligaron, cantó Gracias a la Vida, ahí desnuda, amarrada a la parrilla. Yo no fui exitosa, nadie me creyó que “con los nervios” se me había olvidado todo.
Es muy difícil transmitir las experiencias de agresión, las palabras no alcanzan, no significan, no representan. Cómo narrar que ciertos olores se hacen sombra y persiguen? Cómo explicar que me robaron el placer a pesar que puedo sonreír y bailar?
Es a través del arte que podemos desafiar al aislamiento y al trauma, el retrato intencionado de la soledad, de la muerte invisibilizada, que se transforma en desafío, rebeldía y lucha. La única manera que conozco de reencontrarme conmigo, mi cuerpo, mi placer, así como con mis hermanas en cualquier dimensión en que se encuentren y pensar como mujer libre en construir una sociedad diferente.